Abril 2021
Llegamos a un
pueblo del bajío guanajuatense, bajamos del auto. Nos disponemos a recorrer las
calles buscando quien nos quiera responder la encuesta. Entro a una calle como
cualquier otra, se observan varios negocios, de un lado la tortillería, en la
acera de en frente una casa grande y bonita hecha de material, le sigue una
casita muy humilde rodeada de láminas viejas y oxidadas que la hacen de muros y
puerta, al otro extremo un negocio grande donde venden un poco de todo.
Me acerco a la casita humilde, a probar suerte, toco en la lámina, toc, toc, toc, - ¡BUENAS TARDES! - me asomo un poco, solo veo en el piso de tierra desperdicio orgánico y algo de estiércol; al costado izquierdo un cuartito de alambres que la hace de pesebre, varios telebrejos en el patio y varios chivitos retozando de un lado a otro, de lado derecho un muro de ladrillos rojos ya muy viejos, testigos mudos de una larga vida de miseria. Al fondo una voz me invita a pasar, abro la puerta de lámina vieja y entro, al pasar veo una cabra echada con la trompa clavada al piso, apenas puede resollar de tremenda panza. De frente un árbol que le da sombra a la Chiva y a una ancianita que sentada en un banco se echa aire con su sombrero de paja.
La ancianita con sus trenzas largas, sus ropas sucias, sus
enaguas y mandil, sentada, arrima un banco de plástico y me lo ofrece para que tome
asiento. Ella me observa con cierta desconfianza. Yo vestida de lo más común:
pantalón de mezclilla, tenis, playera y una casaca de trabajo, gorra y no podía
faltar el cubre bocas. Retiro un poco mi cubre boca, seco el sudor de mi rostro
y para que ella me vea y tenga más confianza tomo el banco y me siento. Me
acomodo para descansar un poco las piernas, me presento e inicio la entrevista
bajo la sombra del hermoso arbolito que nos refresca a la ancianita, a la cabra
y ahora a mí.
Al principio no me entiende y se excusa que no sabe si me puede contestar las preguntas pues no sabe leer, le explico que no importa, que no es problema, que, aunque no sepa leer, aun así, su opinión es importante. La viejita se sonríe, como que nadie nunca le había dicho que su opinión importaba.
Pregunto su edad, - 83 años-, yo,
con admiración: -¡83 años! ¡se ve muy bien para su edad! y dígame ¿cuál es el
problema más importante que tiene el estado hoy en día? -, -no sé señorita, fíjese
que cuando yo vivía en casa con mis papás no nos dejaron ir a la escuela, mi
padre trabajaba en el campo, y nosotras en la casa, no podíamos salir. Si él
llegaba del trabajo y nos hallaba afuera se enojaba y no aceptaba el atole de
maíz que hacíamos, se metía y no comía nuestra comida. Decía que no teníamos qué
hacer fuera de la casa. No salíamos a la feria, ni a los bailes, o a las
fiestas; nada de vestidos bonitos, ni pintada la cara, sólo moler y echar
tortillas puro trabajo y eso que no éramos rebeldes como ahora.-
Le insisto -pero
¿usted ve que hay aquí algún problema grave? -
-¿cómo qué problema? - me dice ella.
- Pues algo que
usted crea que está mal-
- Pues fíjese
que yo no sé, como no sé leer pues ni me entero, pero sí algo está mal, figúrese
que ahora aquí los muchachos andan en malas mañas, ya no obedecen a sus padres
y andan robando, como el chamaco mi vecino, nos robó, y pos no tenemos nada
pero se brinca la barda y se llevó la bicicleta. Y bajando la voz completó la
frase, pero ¿qué cree? después quién sabe en qué cosas se metió, lo vinieron a
buscar y ahí nomás quedó bien muerto. Y así varios jóvenes andan drogados
robando. No señorita ya no es como antes que trabajaban en el campo y se
enseñaban al trabajo duro.-
Interrumpo -entonces
¿el mayor problema es ese de los jóvenes? –
- sí eso, eso mero,
yo digo, pero no sé.-
Y se sonríe con
pena dejando ver los pocos dientes que aún le quedan.
Intento hacer la
siguiente pregunta pero me interrumpe haciendo ella la pregunta: -¿volverán esos
tiempos algún día?, ahora ya las mujeres trabajan y salen, van a la escuela, a
nosotras no nos dejaron y luego me casé y siguió lo mismo, este hombre no me
dejaba salir para nada, luego cuando nos convidaban a una fiesta venían a
invitarnos y nomás decía -no sé dígale a ella-, pero yo no podía decir que sí
vamos porque se enojaba mucho conmigo, entonces yo tenía que decir que no
podíamos aunque no fuera cierto. Y así toda la vida, si no más viera qué
calamidad para asearme, ya así como me ves de vieja cuando me baño él se enoja
y me empieza a decir que a dónde voy, que para qué me cambio que a quién voy a
ir a ver. Ya ni jode pos con quién voy a irme si apenas puedo andar.-
Sigo sentada
intentando continuar con la entrevista, el sudor recorre mi espalda aún bajo la
sombra del árbol, el calor se siente agobiante, volteó a ver a la cabra -pobre
animal- pensé, sólo está ahí postrada apenas tiene fuerza para respirar, sus
pobres patas no la aguantan con tremenda panza. Al fondo al costado izquierdo
observo una puerta que se abre, sale el marido, me ve con desconfianza, yo
trato de ser cortés y saludo -buenas tardes- -buenas- me contesta y se mete a
otro cuartito al otro extremo de la casa. Sigo preguntando ¿y qué calificación le
da usted al presidente de la República, del 0 al 10? Y una lluvia de palabras
otra vez. Pos no lo se señorita, ¿el de México? Me pregunta,- sí ese mero- le
contesto, pensando que sería breve y me daría la respuesta que yo esperaba, un
número cualquiera del 0 al 10, pero no, me contestó: el presidente muy bien si
no fuera por él no tendríamos ni que comer, esa la ayuda que nos da, ningún
presidente nos la había dado, con eso la vamos pasando pues ya no podemos
trabajar, ya nadie nos ocupa, estamos viejos y solos. Luego él sale al campo un
rato, pero nada más, unos mis hijos todos se fueron ya nomás estamos aquí solos.
Yo ya un poco
desesperada, tenía que continuar la entrevista y espero con impaciencia a que
conteste, que me dé un número e insisto: -¿qué número le pondría de calificación?- ella vuelve a decir -bien-.
El marido de
cuando en cuando se asoma. Los chivitos igual que niños con sus caras tiernas y
ojitos alegres brincan y juegan en el poco espacio que tienen. Por fin ella me
entiende y dice: pos le doy un 10. Finalmente yo puedo continuar con mi trabajo,
aunque por otro lado estoy fascinada escuchando sus palabras. Llego a la
pregunta del millón, -¿si hoy fueran las elecciones por quién votaría?- y ella
contesta: -por el de México, mi papá decía que teníamos que votar por México y
ansina nos enseñó-, yo le muestro la tableta para que señale cuál de todos los
partidos y ella señala las siglas del PRI. Continúa diciendo, -así decía mi papá;
pero ya ve cuántas cosas están pasando, ya uno no sabe a cuál irle, todos son
iguales, nomás nos prometen y ya que llegan se olvidan de uno. Mi papá siempre
votó por el de la bandera, pero nunca le dieron ni un apoyo. Y luego ni los conozco,
ya no se sabe por cual, todos son iguales; ya ve llega uno y otro y las cosas
van de mal en peor y luego que ni sabemos leer nomás nos engañan. Y pos ni me
puedo enterar bien porque nomás aquí me la paso encerrada, este hombre no me
deja salir.- Insiste -mi papá no nos dejaba salir y me casé y este me salió
igual, si le digo que cuanto batallo para asearme; ya me pelea y pelea ¡ay, Dios!-
Ya casi para
terminar la entrevista me cruza por la mente si no va a tener dificultades con
el marido por mi presencia, la viejecita quiere seguir hablando; yo quisiera seguir
escuchando todo lo que tenga que decir, más mi trabajo me lo impide, el tiempo
apremia y debo seguir buscando más entrevistas. Pobre mujer sufriendo violencia
toda la vida sometida al yugo del padre y luego del marido
Ya para
despedirme le pregunto- ¿y que, ya va a parir la cabra? -
-Aún no, le
falta un mes, pero es re buena esa, es cuatera siempre tiene dos. –
Me levantó del
banco sin quitar los ojos de la pobre cabra que mantiene la cabeza gacha con la
trompa clavada en la tierra; pienso, ¿será que te resignaste a tu destino al
igual que tu dueña? ¿a complacer a los amos dando hijos sin parar, sin que
siquiera importe tu sufrimiento? Ó ¿Será que en tu condición de cabra quisieras
ya no parir más lindos cuatitos y salir a correr libre al campo?
Ella, la
viejecita, seguro morirá sola y sin haber conocido la dicha de bailar un danzón,
una norteña o un chachachá, morirá sin jamás vestir algún atuendo especial o
bañarse libremente sin esperar reclamos del marido que sigue creyendo que aún
con la piel arrugada, el cuerpo cansado y con más de 80 años de cargar las
cadenas del patriarcado pueda volar a la libertad o a los brazos de quién sabe
quién. Y tú dulce cabrita, así como eres toda hermosa, blanquita, seguirás
pariendo cabritos hasta que no puedas más y entonces ellos, los amos, decidan
sacrificarte porque ya no serás útil y productiva, ¡ vaya destino !. Tú al igual
que tu dueña, te has ganado el reino de los cielos.
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